"¡Pirañas a las doce en punto!"

Años atrás, cuando Polvos Azules recíen se había mudado de las inmediaciones del Rímac a su flamante local en La Victoria, (así los choros no tenían que irse hasta el centro) , decidí darme una vuelta por ahí para ver qué novedades habían y comprar alguna cojudez, para variar.

Como en esos tiempos no tenía carro y me transportaba a propulsión a suela, me metí una lata desde Balconcillo hasta allá. Pasaba por la puerta donde vendían películas (VHS en ese tiempo) y un patita me pasó la voz:

-"¡Flaco!, ¡aquí tienes para que vueles cometa toda la semana!"
-"¿Cómo, cómo, qué?"
-"Unas pornitos pues, mira que rica la hembrita, carne blanca..."

Lamentablemente el VHS era de mi vieja, y esas pornos piratas parece que jodían el cabezal, y como yo tenía mi cajón atiborrado de peliculitas, terminé siendo el primero que sindicaron en mi casa como el que malograba el VHS.

-"¡Como te vea viendo esas cochinadas te las boto, ya sabes!... ¡estás malogrando mi equipo y encima qué te harás mientras ves esas porquerías!..."

Bueno, ante la perspectiva de ver mi preciada colección en la basura o quemándose en las llamas de la lujuria tuve que declinar la invitación del cholo. Fué así que compré --me parece-- un Anime o algo así. Salí dirigiéndome a Wilson a comprar juegos para mi computadora, cuando ví una mancha de pirañas (unos 30 más o menos) que se dirigían como una bandada de gallinazos a toda viada hacia donde yo me encontraba.

"¡El reloj!", pensé, pero ya no tenía tiempo ni de guardarlo en el bolsillo ni de correr, así que estóicamente aguardé a pié firme la arremetida de estos espécimenes infrahumanos, mudo como un buzo.

Para ese entonces me encontraba en todo el vicio de las artes marciales: Hacía Ninjutsu 3 veces por semana, Gimnasia en el Estadio 2 veces por semana, y entrenaba algo de TaeBox con unos patas en San Isidro, con unas pinceladas de lucha libre.

Aproximadamente siete marroncitos quedaron tirados en el pavimento, y mientras yo seguía repartiendo taba y puñetazos a granel, enfrascado en una bronca al más puro estilo de "Return of the King" en las puertas de Minas Tirith, empeñado y resuelto a defender mi reloj, no me había dado cuenta que los pirañitas no venían a robarme, si no que huían de tres camionetas de serenazgo y tombos que habían ido a desalojarlos del parque, donde los angelitos se metían su Terokal.

Victorioso cual gladiador romano, parado sobre el campo de batalla, me llovieron mentadas de madre y amenazas de linchamiento por parte de los ambulantes y gente que habia sido testigo de la paliza que, modestia aparte, estaba para una película de Van Damme.

Tuve que subirme al primer micro que se me cruzó por el frente, y que gracias a Dios era el que tenía que tomar para irme a casa. Casi llegando a mi destino veo que un pirañita --que había subido tal vez al mismo momento que yo-- estaba bolsiqueando a una señora dormida. Nuevamente mi espíritu justiciero me llevó a meterle un lapazo al chibolo de mierda, pero tuve que salir como un torpedo del micro, pues la gente --nuevamente-- me acusaba de abusivo.

¡Putamadre, después dicen que por qué no hay solidaridad entre peruanos!