jueves, agosto 24, 2006

"LA CAGARON"



Puuuta... la cagan.
Lo que pasa por hacerle caso a los chismes...¿y ahora?

lunes, agosto 07, 2006

"INSTINTO DE CONSERVACIÓN"

Antes de empezar con este relato, quisiera poner el claro que bajo ningún concepto pretendo burlarme, ni mucho menos hacer chacota de los impedimentos con que a algunas personas les tocó nacer, pues, --viendo el asunto en retrospectiva-- tal vez se me pasó un poco la mano. Pero debemos considerar que durante el evento en cuestión, yo contaba con escasos siete años de edad y, la verdad sea dicha, en ese instante sentí que luchaba por mi vida y el instinto de supervivencia nos lleva a realizar actos impensables, tales como asestarle una pedrada en la cabeza al vecino que viene dispuesto a rompernos el alma cuando inocentemente le rompemos una ventana de un pelotazo, o cuando, --atrapados y sin salida-- no tenemos otra opción que reventarle un cohetón en el hocico al perro, también del vecino, que con un entusiasmo atroz pretende darnos una probadita en la pierna.

Me encontraba hoy en el Wong de Dos de Mayo y ví a una niña con el Síndrome de Down. Recordé el post de KAT, que había leído hoy en la mañana, donde menciona que una cajera le dijo a uno de estos chicos "No me fastidies más", seguramente porque, dentro de su inocencia y su afán de demostrar cariño, pueden llegar a ponerse bastante melosos, lo reconozco. También me hizo acordar aquel incidente de los siete años, que paso a relatarles a continuación pues soy enemigo del suspenso.

Recuerdo que era de noche, y --sacando cálculos-- vendría a ser el año 1984. Estaba acompañando a mi viejo --¡que cada día se parece más a mí!-- a hacer una diligencia y me dijo que tenía que ir a la casa de un amigo a recoger unos papeles; no sin antes "advertirme" que el hijo de su amigo era "mongolito", y que por lo tanto, me abstenga de hacer algún comentario cruel --propio de los niños, que dicen la verdad sin tapujos--, reírme, o en fin, cometer algún acto fuera de lugar, que fuera a ofender al niñito a su familia, porque de lo contrario "te saco la mierda por payaso"(como decía mi papá), porque ya me conocían y sabían que de tranquilito no tenía nada. Debo agregar que en aquellos tiempos, vivía en una especie de "Libertad Condicional", donde a la primera de bastos me reventaban el culo a correazos, y me dejaban durmiendo boca-arriba cuatro días, por malcriado.

Así pues, con la correspondiente advertencia, y con la voz cargada de hebillazos, mi viejo procedió a tocar el timbre, y al poco rato salió su amigo; lo saludó; me presentó; y el señor me dijo: "A ver, espérate un ratito que te voy a presentar a mi hijo Jorgito". Contesté con una leve sonrisa, mientras esperaba nervioso la aparición del niñito bajo la atenta mirada de mi papá, que me las tenía juradas. En eso hizo su aparición Jorgito, y... cómo describir aquel energúmeno del tamaño de Frankenstein, y con la misma vestimenta de Pericles, de los Locos Adams. Recuerdo que la presión me bajó a siete, pues de niñito no tenía nada y --en aquel entonces-- la cara del muchacho me asustó y tuvieron que pasarme catorce cuyes para curarme del susto.

El asunto no terminó ahí, pues mi viejo y su amigo pasaron al escritorio para, seguramente, conversar de asuntos de adultos mientras Jorgito me tomaba de la mano y me dijo: "¿Quieres conocer a mi perro?"; Yo, naturalmente, preferí no darle la contra, por miedo a que me desentornille el cráneo con dos dedos, hasta que llegamos a un pasadizo donde, al mismo estilo de las películas de terror, había una puerta y los ladridos del can se podían escuchar con toda claridad. Bueno; ese perro debía tener el tamaño de un caballo, porque, tal vez movido por la voz de su amo, el can comenzó a lanzar bramidos y a azotar la puerta de tal manera que lo que había atrás debía ser --según mi razonamiento de siete años-- Godzilla, El exorcista, o un dragón de tres cabezas sin almorzar. "¡No! ¡ya no quiero conocerlo!" dije, pero Jorgito jalaba con la fuerza de tres tractores y dieciocho Wookies. Cuando me encontraba a escasos cinco pasos de la puerta, no tuve otra opción y --movido por el miedo a que me coman vivo, y quiero que quede claro el motivo-- procedí a darle sin más trámites un lamparazo de bronce en el cerebro, que justamente se hallaba cerca a la puerta.

Ya se imaginarán el despelote que se armó cuando Jorgito gritó "¡Papáaaaaa!", mientras tenía la cabeza como un festival de glóbulos rojos. El papá de Jorgito se lo llevó corriendo a que le pongan los cuarentiséis puntos correspondientes en la testa, mientras mi viejo me sacaba como un bólido de la casa a su carro, y luego, al llegar a casa, y por más que traté de explicar el asunto --desde el otro lado de la puerta de mi cuarto debidamente trancada con la cama-- no me sirvió de nada pues mi viejo había tomado la determinación de romperme el alma, con la correa de sus tiempos de militar, que la tenía guardada para ocasiones especiales como ésta.

Al final, tuve que abrir la puerta donde me zamparon ocho viajes de correa, "constantes y sonantes". Felizmente antes de abrir la puerta me había puesto encima dos calzoncillos extras, un jean y un pantalón de buzo que absorbieron los impactos como si fuera kevlar reforzado. Aunque las cicatrices del alma, al sufrir la incompresión paterna no me las borra ni San Pedro con toda la corte celestial, pues, a veces, no es fácil ser niño, como muchos piensan.

Claro que... seré niño, pero cojudo, ¡Jamás!